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Halloween: la ciencia del miedo

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Publicado el 13 de Octubre 2022

Halloween: la ciencia del miedo

Halloween: la ciencia del miedo

El miedo es una emoción humana que, como todas las demás, tiene una función biológica. Sirve para ponernos alerta y poder protegernos frente a situaciones de peligro.

Igual que la ira, el deseo sexual o el placer, el miedo está controlado por el sistema límbico. Éste es el responsable de desencadenar en el cuerpo una serie de reacciones, que responden al instinto de supervivencia: el miedo va a asegurar que se produzcan las respuestas corporales necesarias para el éxito del individuo ante una situación de riesgo.

El mecanismo biológico del miedo funciona de la siguiente manera: cuando los sentidos analizan una percepción (por ejemplo, la imagen de un depredador) transmiten a la amígdala central una determinada información. Esta información es interpretada por la amígdala como algo peligroso, y envía señales eléctricas al sistema nervioso autónomo. A continuación, segregamos noradrenalina, que agudiza la percepción y aumenta la capacidad de memoria. Por su parte, el hipotálamo ordena a la glándula pituitaria que segregue hormonas “de emergencia” y las glándulas suprarrenales segregan adrenalina en la sangre.

Lo que el individuo nota, como consecuencia de estas reacciones de su organismo, es que el corazón late más deprisa, la respiración se acelera, se dilatan las pupilas, y se inhiben otras funciones no necesarias en ese momento, como la digestión. Todo ello tiene el objetivo de preparar al cuerpo para una huida inminente, o incluso un ataque.

Cuando tenemos miedo, es normal que nuestro pulso se acelere, al igual que la respiración; la presión sanguínea aumenta, circula más rápido y hacia las extremidades (en caso de tener que correr). Por eso, no es raro ponerse pálido.

Además, algunas reacciones extremas al miedo son la sudoración (para refrigerar el cuerpo en caso de huída), la sordera parcial, la visión de túnel, sequedad bucal (como consecuencia del cese de la digestión), paralización del cuerpo o incluso alteración de la percepción (sensación de que el tiempo pasa más lento).

¿De qué tenemos miedo? Además de lo obvio (situaciones que puedan poner en peligro nuestra seguridad) también le tenemos miedo a cosas que no pueden hacernos daño o que no existen, los miedos irracionales (como el miedo a la oscuridad, a los fantasmas, o a hablar en público). A qué le tenemos miedo cada individuo depende de nuestra predisposición genética, además de a los estímulos a los que nos hemos sometido a lo largo de la vida. Cuando un miedo irracional provoca síntomas incapacitantes para llevar una vida normal, a este miedo se le denomina fobia, y debe ser tratado con ayuda de un profesional de la psicología. 

La ciencia del miedo: por qué nos encanta que nos asusten 

En espacios seguros, el cerebro ‘pensante’ y el ‘emocional’ regulan la respuesta de miedo para producir excitación o alegría.

El miedo puede ser tan antiguo como la vida en la Tierra. Es una reacción básica y profundamente innata que ha evolucionado a lo largo de la historia de la biología para proteger a los organismos frente a una amenaza percibida para su integridad o su existencia. El miedo puede ser algo tan simple como una antena de un caracol que se encoge al tocarla o tan complejo como la preocupación existencial en un ser humano.

Desde luego, es difícil negar, tanto si nos encanta como si odiamos experimentar miedo, que lo veneramos, y, de hecho, dedicamos toda una festividad a la celebración del miedo.

Si pensamos en las conexiones del cerebro y en la psicología humana, algunas de las principales sustancias químicas que contribuyen a provocar una reacción de “lucha o huida” también intervienen en otros estados emocionales positivos, como la felicidad y la excitación. Por tanto, tiene sentido que el estado de gran excitación que experimentamos durante un susto también se puede experimentar en una situación más positiva. Pero ¿cuál es la diferencia entre sentir un “subidón de adrenalina” y sentirse totalmente aterrorizado?

Somos psiquiatras que tratan el miedo y que estudian su neurobiología. Nuestros estudios y nuestras interacciones clínicas, así como los de otros, indican que un elemento importante de la manera en que experimentamos el miedo está relacionado con el contexto. Cuando nuestro cerebro “pensante” da información a nuestro cerebro “emocional” y consideramos que estamos en un espacio seguro, entonces podemos cambiar rápidamente la manera en que experimentamos ese estado de gran excitación y podemos pasar de un estado de miedo a uno de alegría o de emoción.

Cuando entras en una casa embrujada en la época de Halloween, por ejemplo, sabiendo de antemano que un demonio te puede saltar encima o sabiendo que no es realmente una amenaza, puedes modificar la experiencia. Por el contrario, si estuvieses andando en un callejón oscuro por la noche y un extraño empezase a perseguirte, el área emocional y el área del pensamiento de tu cerebro coincidirían en que la situación es peligrosa y es el momento de huir. ¿Pero cómo hace esto tu cerebro?

¿Cómo experimentamos el miedo?

La reacción del miedo empieza en el cerebro y se extiende por todo el cuerpo para realizar ajustes y preparar la mejor defensa o la mejor reacción de huida. La respuesta de miedo se inicia en una región del cerebro llamada amígdala cerebral. Este conjunto de núcleos con forma de almendra en el lóbulo temporal del cerebro se encarga de detectar la importancia emocional de los estímulos, hasta qué punto algo nos llama la atención.

Por ejemplo, la amígdala se activa siempre que vemos un rostro humano con una emoción. Esta reacción es más pronunciada con el enfado y el miedo. Un estímulo amenazador, como la visión de un depredador, provoca una respuesta de miedo en la amígdala, que activa áreas que participan en la preparación de funciones motoras que intervienen en la lucha o en la huida. Y también provoca la liberación de hormonas del estrés y estimula el sistema nervioso simpático.

Esto produce cambios fisiológicos que nos preparan para ser más eficaces ante un peligro: el cerebro se vuelve hiperalerta, las pupilas y los bronquios se dilatan, la respiración se acelera, el ritmo cardiaco y la presión sanguínea aumentan, el flujo sanguíneo y el flujo de glucosa hacia los músculos esqueléticos se incrementan y los órganos no vitales para la supervivencia, como el sistema gastrointestinal, se ralentizan.

Una parte del cerebro llamada hipocampo está estrechamente conectada con la amígdala. El hipocampo y el córtex prefrontal ayudan al cerebro a interpretar la amenaza percibida y participan en el procesamiento del contexto a un nivel superior, que ayuda a una persona a saber si la amenaza que percibe es real.

Por ejemplo, ver un león en la naturaleza puede provocar una fuerte reacción de miedo, pero la respuesta ante la visión del mismo león en un zoo es más de curiosidad y hasta pensamos que el león es bonito. Y es porque el hipocampo y el córtex frontal procesan la información contextual, y las vías inhibitorias reducen la respuesta de miedo de la amígdala y sus consecuencias en los procesos posteriores. Básicamente, nuestras conexiones “pensadoras” del cerebro tranquilizan a nuestras áreas “emocionales” y les aseguran que, en realidad, estamos bien.

¿Cómo aprendemos la diferencia?

De una manera parecida a otros animales, aprendemos muy a menudo lo que es el miedo a través de las experiencias personales, como el ser atacados por un perro agresivo u observando a otros seres humanos atacados por un perro agresivo.

Sin embargo, los seres humanos tienen una manera fascinante y evolutivamente única de aprender y es a través de la enseñanza; aprendemos del lenguaje o de las notas escritas. Si un letrero dice que el perro es peligroso, la proximidad al perro provocará una respuesta de miedo.

Aprendemos la seguridad de una manera parecida: experimentando con un perro domesticado, observando cómo otras personas interactúan con ese perro de forma segura o leyendo un letrero que dice que el perro es amistoso.

¿Por qué a algunas personas les gusta que las asusten?

El miedo crea distracción, lo que puede ser una experiencia positiva. Cuando ocurre algo que causa miedo, en ese momento, estamos muy alertas y no nos preocupamos por otras cosas que podrían ocupar nuestro pensamiento (tener problemas en el trabajo, preocuparse por un examen importante al día siguiente), lo que hace que estemos concentrados en el momento presente.

Es más, cuando experimentamos estas cosas que nos causan miedo con las personas que hay en nuestras vidas, a menudo descubrimos que las emociones pueden ser contagiosas de una manera positiva. Somos criaturas sociales capaces de aprender las unas de las otras. Por eso, cuando miras a tu amiga en la casa embrujada y ves que ha pasado rápidamente del grito a la risa, socialmente eres capaz de detectar su estado emocional, que puede influir positivamente en el tuyo.

Aunque cada uno de estos elementos – el contexto, la distracción y el aprendizaje social – puede influir en la manera en que experimentamos el miedo, todos tienen algo en común y es la sensación de control. Cuando somos capaces de reconocer qué es una amenaza real y qué no lo es, de modificar una experiencia y de disfrutar de la emoción de ese momento, en el fondo estamos en un lugar en el que sentimos que tenemos el control. Esa sensación de control es fundamental en la manera en que experimentamos el miedo y respondemos ante él. Cuando superamos ese impulso inicial de “lucha o huída”, nos sentimos a menudo satisfechos, tranquilos en cuanto a nuestra seguridad y con más confianza en nuestra capacidad para enfrentarnos a las cosas que al principio nos asustaban.

Es importante tener en cuenta que todo el mundo es diferente y tiene una percepción única de lo que nos parece que da miedo o es divertido. Eso plantea otra pregunta: ¿por qué muchos pueden disfrutar con un buen susto y por qué otros pueden realmente odiarlo?

¿Por qué a algunas personas no les gusta que las asusten?

Cualquier desequilibrio entre la excitación causada por el miedo en el cerebro animal y la sensación de control en el cerebro humano contextual puede provocar una excitación excesiva o insuficiente. Si la persona considera que la experiencia es “demasiado real”, una respuesta de miedo extremo se puede imponer a la sensación de control de la situación.

Esto les puede suceder incluso a los que les encantan las experiencias que dan miedo: pueden disfrutar con las películas de Freddy Krueger, pero El exorcista les puede aterrorizar porque lo consideran demasiado real y la respuesta de miedo no está modulada por el cerebro cortical.

Por otra parte, si la experiencia no es lo suficientemente estimulante para el cerebro emocional, o si es demasiado irreal para el cerebro cognitivo pensador, la experiencia puede acabar pareciendo aburrida. Una bióloga que no puede ajustar su cerebro cognitivo al analizar todas las cosas corporales que son imposibles en la realidad en una película de zombis puede ser incapaz de disfrutar The Walking Dead tanto como otra persona.

Por tanto, si el cerebro emocional está demasiado aterrorizado y el cerebro cognitivo se siente impotente, o si el cerebro emocional está aburrido y el cerebro cognitivo suprime demasiado, las películas y las experiencias que dan miedo pueden no ser tan divertidas.

¿Qué son los trastornos del miedo?

Dejando a un lado la diversión, los niveles anormales de miedo y de ansiedad pueden causar importantes trastornos y disfunciones y pueden limitar la capacidad de una persona para tener éxito y disfrutar de la vida. Casi una de cada cuatro personas sufre alguna forma de trastorno de ansiedad durante su vida, y casi el 8% sufre un trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Entre los trastornos de ansiedad y de miedo se incluyen las fobias, la fobia social, el trastorno de ansiedad generalizada, la ansiedad por separación, el TEPT y el trastorno obsesivo-compulsivo. Estas enfermedades empiezan normalmente a una edad temprana y sin un tratamiento apropiado pueden convertirse en crónicas y debilitantes y pueden afectar a la trayectoria vital de una persona. La buena noticia es que hay tratamientos eficaces que funcionan en un periodo de tiempo relativamente corto, con psicoterapia y medicación.

Miedo y supervivencia: ¿qué pasa cuando nos asustamos y se activa la adrenalina?

Ll miedo es una espada de doble filo, aseguró Francisco Sotres, investigador del Instituto de Fisiología Celular (IFC).

Sotres, quien estudia los mecanismos cerebrales involucrados en dicha emoción

que nos alerta ante una amenaza, sea real o imaginaria, agregó: “Es una respuesta de supervivencia”. El miedo ayuda al cuerpo a contender contra algo o alguien (un depredador) que puede ser peligroso.

El que es exagerado puede ser causa de desórdenes psiquiátricos como estrés postraumático y ansiedad generalizada. Damnificados que perdieron su casa y/o a familiares por un sismo en Ciudad de México entran en pánico con un leve temblor.

El miedo genera respuestas fisiológicas, corporales y conductuales, explicó Sotres. Además, hay aumento del ritmo cardiaco, sudoración y dilatación de las pupilas, así como liberación de hormonas como cortisol y adrenalina.

La adrenalina nos pone en un estado de vigilancia alta ante un estímulo amenazante y el cortisol –hormona que producen las glándulas suprarrenales– ayuda a los músculos a liberar más azúcar. Ambos alertan para escapar, esconderse o enfrentar el peligro.

Hay de miedos a miedos. Unos son innatos, cuya impronta ha dejado la evolución en los circuitos cerebrales. De esos, en general, “a los que más tememos son las alturas y a los lugares encerrados”. En otros animales, el temor es a los depredadores. Así también, hay unos aprendidos, la mayoría, los más comunes, y están asociados a estímulos peligrosos del medio ambiente. Si nos asaltan en un parque, recordamos ese lugar como amenazante.

Disparos de la amígdala

La amígdala del cerebro, donde confluye y se asocian la información sensorial sobre los estímulos amenazantes y su contexto, dispara reacciones fisiológicas (estrés) y corporales (contracción de los músculos) ante el peligro.

Por su maquinaria cerebral más compleja, el humano puede imaginar el futuro de manera diferente a los animales. Una cebra ante un león tiene que estar alerta para enfrentarlo o huir. Nosotros, después de librar un peligro, podemos quedar con un miedo exagerado que pone al cuerpo en estado de emergencia continua. Y eso puede generar úlcera, traumas y otros desórdenes mentales.

En los seres humanos, reiteró Francisco Sotres, “es una espada de doble filo”. Es una alarma que permite responder a estímulos peligrosos. Si no pudiéramos reaccionar ante las amenazas, probablemente estaríamos muertos.

Sin embargo, cuando es una alarma que suena todo el tiempo y sin que haya peligro, o nos lleva mucho tiempo recuperarnos de un evento traumático, se empiezan a generar desórdenes psiquiátricos.

Imaginar permanentemente un peligro, hace que el cortisol se libere continuamente, se consuma todo el azúcar del cuerpo e incluso baje el nivel de respuesta inmunológica. Si eso uno “lo arrastra todo el tiempo”, se puede enfermar más rápido.

En el cerebro también hay repercusiones: todo este cortisol aumenta el tamaño de la amígdala y disminuye las de otras regiones que son importantes para suprimir el miedo. En gente atemorizada o que pasó por un trauma muy fuerte y del que no se repone, reacciona muy rápido a cualquier estímulo aunque no sea amenazante.

Si esta imaginada situación sigue durante mucho tiempo, puede causar cambios en la conformación del cerebro y en la respuesta fisiológica corporal ante el miedo.

Tres regiones cerebrales

En el laboratorio, en diferentes modelos con animales, Sotres trata de identificar los diversos tipos y grados de miedo. Cómo se genera y cómo sobreponerse al temor.

Crea una memoria asociada al miedo en la amígdala de ratas cuando las expone a un sonido particular simultáneo a una descarga eléctrica. También las exhibe continuamente al tono, pero sin el shock, para crear una memoria de seguridad que les ayuda a no temer a ese tono.

En una terapia, aseguró el investigador, a sujetos con un miedo particular, se les expone permanentemente a un estímulo amenazante, para que aprendan que ya no es peligroso. “Tratamos de entender qué pasa en el cerebro de las ratas, para ver cómo podemos ayudar a la gente con miedo exagerado a que se recupere más rápido”, apuntó.

Al tratar de identificar qué partes del cerebro pueden ayudar a “meter freno” a ese acelerador que es la amígdala, Francisco Sotres y colaboradores han encontrado que la corteza prefrontal (ubicada arriba de los ojos) ayuda a revaluar una situación para que la glándula sea menos activa.

A la gente con miedo exagerado se le ayuda promoviendo la comunicación de la corteza prefrontal con la amígdala para inhibir ese estímulo de defensa ante una amenaza. Esto podría darse, indicó el especialista, porque la respiración profunda, la meditación, el ejercicio, las terapias de evaluación de estímulos y la psicoterapia hablada ayudan mucho a ‘tranquilizar’ a las personas.

También trata de identificar elementos cerebrales mucho más específicos involucrados en el miedo: Por ejemplo, qué vías neuronales son claves para su generación o inhibición.

Con ese propósito entrenan al animal a tomar una decisión que le ayude a sobreponerse al miedo para obtener una recompensa. Se ha observado que los individuos con mayor propensión a sobreponerse al miedo para obtener algo, tienen capacidad de regular la capacidad de la amígdala a partir de “engancharla” a la corteza prefrontal.

Si logramos identificar cómo sobreponerse a esta emoción de manera activa, esto eventualmente podría ayudar a generar nuevos tratamientos para ayudar a la toma de decisiones ante un estímulo amenazante.

Otra parte cerebral vinculada a la amígdala y a la corteza prefrontal es el hipocampo, que hace que el individuo tenga o no miedo, a partir de la asociación del contexto.

Una serpiente que te sale al paso en la Reserva del Pedregal no ocasiona la misma emoción que la misma serpiente que ves en el zoológico de Chapultepec.

También Francisco Sotres trata de observar en segundos y milisegundos la actividad de estas tres regiones. Su secuencia: cuál va primero; así como qué codifica cada una y cómo se comunican entre ellas ante algo o alguien amenazante.

Cómo se asocian en el cerebro para que, al haber un costo (caminar sobre una parrilla electrificada) y un beneficio (comida), la rata se sobreponga al miedo.

Aunque reconoce que todavía está lejos de que sus resultados de ciencia básica sean aplicados en clínica, su meta es determinar cómo estos circuitos cerebrales pueden ser más propensos a activarse para sobreponerse al temor y no para generar “nada más miedo”.

México es un pueblo feliz, asegura una encuesta; pero, con todo lo que pasa en el país, ¿somos una sociedad con miedo? “Es una paradoja en nuestra historia. ¿Cómo llegamos a eso? No sé. Tampoco sé si somos muy felices a pesar del lugar y el momento violento en el que nos tocó vivir. Quizá sea una señal de lo resilientes –capacidad que se tiene para recuperarse frente a la adversidad– que somos”, concluyó Sotres.

Miedo y evolución

El miedo es una ventaja evolutiva es algo bastante obvio: una buena evaluación y estrategia en torno a las amenazas es imprescindible para la supervivencia, tanto del individuo como de su descendencia. Pero algunas teorías aseguran que disfrutar del miedo también tiene su lógica evolutiva: ser capaz de hacer frente al riesgo e incluso disfrutarlo abre al individuo un mundo de nuevas posibilidades que de otra forma nunca se plantearía, explorando posibilidades y dándole la baza de acceder a nuevos y mejores recursos (territorios, alimentos o materias primas). Claro que un excesivo gusto por el riesgo se torna en una desventaja evolutiva, ya que suele conllevar una muerte rápida y la extinción de tus genes.


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